La frontera sugiere un tercer paisaje. Un espacio territorio que se constituye desde lo inasible y que emerge intencionalmente desde una geografía nunca pre-nombrada. La Frontera se funda desde la mezcla de lo propio y de un otro, para así transformarlo en ese borde confuso que no admitirá jamás pronombres posesivos.
Es la superación de una concepción dualista o dicotómica entre dos culturas, transformándose en un biósfera densa de puras hibridaciones. Formas y prácticas separadas se recombinan formando nuevas formas y nuevas prácticas. Ya no es posible hablar en términos de culturas, todo lo que aflora es intercultural, y ésta, habilitadora de los encuentros más improbables. Costumbres, lenguas, modas y economías se acompañan junto a una visión particular del horizonte. La melange por excelencia.
Sin centro ni periferia, la frontera es frontera. Una institucionalidad cultural que en su camino se tropieza con maneras de hacer y pensar locales, y que refuerzan en su combinación, la expresión de lo global, lo regional y lo micro regional. La Frontera no permite hablar del Estado-Nación como único camino organizacional.